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Una sabe si ha tomado o no una buena decisión en función de lo que ha aprendido en la vida, a la lógica y la razón, a la situación concreta al llevar a cabo la tarea.
Así, cuando te lanzas un tiro de tres, tienes en cuenta si hay delante de ti a un defensa más alto que tú que va a enviar el balón y tu orgullo contra el suelo. Te fijas si hay rebote o tus compañeras no han llegado. Miras el tiempo de partido que queda y tienes en cuenta el marcador. Todo te hará saber, si es que has utilizado la lógica, que has escogido la mejor opción, o al menos una opción viable y tras la cual no puedes decir que no debiste hacerlo.
¿Tenía defensas? No
¿Había rebote? Sí
¿Necesitamos el triple? Siempre
¿Quedaba tiempo de juego? Poco
Esta sería una de las cientos de variables posibles que una jugadora de baloncesto podría encontrarse y en las que lanzaría -seguramente- un triple.
Así, la estadística influye en la unión de las distintas situaciones en una sola [la real, la del partido], en el mismo segundo que una toma la decisión.
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Otra posibilidad, es simplemente lanzar sin tener en cuenta nada. Sin razón, sin lógica, sin pensamiento:
¿Tenía defensas? Parece que sí
¿Había rebote? Ni me fijé
¿Necesitamos el triple? Qué sé yo
¿Quedaba tiempo de juego? No lo sé
Pero lanzas. Igual lanzas porque algo dice que tienes que hacerlo. El brazo va solo, y lanzas.
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El resultado de ambas opciones se divide únicamente en dos: entra, o no entra. Lo que venga después, nadie sabe. La influencia que el rebote o el saque posterior al lanzamiento tengan para el partido se desconoce, y tampoco se sabe con certeza ni siquiera después del partido, cuál ha sido el resultado de tal acción.
En el primer caso, una sabe que tomó la decisión correcta. Si ha entrado el tiro, se sentirá satisfecha y creerá que puede volver a hacerlo. Si ha fallado, sabrá que en el fondo estaba bien tirado, y que ha sido (mala) suerte "nomás".
En el segundo caso, si el tiro ha entrado sube la adrenalina, sale una sonrisa pícara y un fuego interior llama a uno a hacerlo más, sin parar. A ganar. A meterla como sea. Si se falla, se achaca probablemente a que no era el momento de hacerlo, y que la próxima vez quizás se ha de tener más en cuenta la situación de juego.
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En el primer caso, meterla tiene sentido y argumento. En el segundo, no anotar tiene una razón lógica y también un argumento.
Pero en las otras dos situaciones fallar/tirando-bien y meter/tirando-mal son solamente "cuestión de suerte".
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¿Cómo aprender de la vida cuando se ha lanzado bien y se ha fallado? La explicación que nos queda es la misma que cuando se ha lanzado mal y se ha anotado. Esta dicotomía deja entrever ver que la suerte y el azar juegan una parte importante en nuestros parámetros de conducta y sus consecuencias, que dejan de tener sentido cuando nos paramos a pensarlos detenidamente.
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Yo fallé un triple hace algún tiempo. Perdí el partido. Lo perdí y aún sigo preguntándome cómo pude perder aquel dichoso partido que parecía el más importante de mi vida.
Pero la derrota me llevó a otra liga. Una liga nueva, estimulante y totalmente desconocida. Llevo ganados muchos partidos. Ya casi llego a jugar la gran final. La razón por la que fallé aquel triple y gané otros tantos juegos posteriores en el último minuto es exactamente la misma. Sin embargo los finales son muy distintos.
Pero la derrota me llevó a otra liga. Una liga nueva, estimulante y totalmente desconocida. Llevo ganados muchos partidos. Ya casi llego a jugar la gran final. La razón por la que fallé aquel triple y gané otros tantos juegos posteriores en el último minuto es exactamente la misma. Sin embargo los finales son muy distintos.
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Lo que he aprendido después de todo esto, es que pase lo que pase, todo depende de mí [antes de que] la pelota salga de mis dedos. Pero a partir de ahí, se abre paso un camino de suerte, ciencia cinética y Dios, que incontrolablemente meterán el balón o lo enviarán a cualquier otro lado del campo.
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