Pensé que cuando las personas se hacen mayores el pasado se deja en un espacio diminuto y olvidado del cerebro porque otros nuevos recuerdos del mundo adulto toman más fuerza.
Pero no es así.
Cuando le vi con el bebé en brazos y aquella sonrisa de sorpresa pasaron por mi cabeza decenas de recursos como si fueran ayer: el primer beso, las escapadas por las callejuelas del pueblo de madrugada, encontrar lugares mal iluminados, la primera y última noche juntos.
Mientras nos mirábamos pasaban aquellos momentos por mis ojos y estoy segura de que él no tenía todo ese embrollo en la mente.
Pero lo tendrá.
En algún momento, cuando un día alce la vista y yo sea otra mujer diferente de la que él se enamoró una vez, pero con la misma sonrisa.
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