Se han abierto las puertas del ascensor y he salido, como vacilante. Y eso que es viernes, debería estar contenta. O al menos, con ganas. Un fin de semana por delante y la puerta del trabajo abierta para dejarme ir hasta el próximo lunes a las ocho de la mañana exactamente.
Me quedaría en la misma escalera del edificio sentada, fumándome un cigarro y pensando en nada en especial y un poco en todo. Pero quedaría fatal y lo último que me apetece es que todos los de la oficina salgan y se me queden mirando o preguntando qué cojoneh hago sentada ahí. Y la verdad es que tendrían razón.
Mientras cojo el camino más largo hacia casa, pienso en lo que haré durante todo el fin de semana. Éstas me han dicho que van a tomarse algo. Pero no estoy para cervezas. No me apetece pasearme por el centro, tener que contar mis penas o no contarlas y que intenten explicarse (entre ellas) mi cara avinagrada durante toda la noche.
Ni siquiera pasaré por el súper, esta noche me pediré un kebab y veré L'uomo in più. Hace semanas que la tengo lista para ver y nunca encuentro el momento. Él nunca quiso tampoco verla. Pero mira, ahora eso ya no es problema. Sé que si me meto en casa hasta el domingo se me va a caer encima. Pero también sé que salir a la calle y disfrazarme de persona tampoco parece una posibilidad viable.
Me cruzo con la gente por la calle y todos parecen haber encontrado su sitio. Me conozco, sé que estaré así un tiempo y que después todo se pasará y resurgiré de mis cenizas. Pero es que desde que llegué a esta maldita ciudad no hago más que tropezar. Y ya estoy harta de caerme.
Me hice ilusiones con el trabajo, y nada. Me hice ilusiones con el sueldo, y aún no he podido entrar en Zara ni en Vueling, mis dos drogas favoritas. Me hice ilusiones conmigo misma. Qué le voy a hacer. Con él no me hice ilusiones, pero eso fue lo peor. Que se fuera igual que vino, triunfante. Mirándome por encima del hombro. Me engañó como a una boba, se metió en mi cama y luego se fue con quién sabe quién. Lo sabía pero sigue doliendo igual. Y a pesar de haber compartido lo justo, no puedo parar de pensar donde la lleva a ella a cenar o si le dirá las mismas cosas. Para alguien que me hacía sentir especial aquí... ahora que lo pienso bien, fui una perfecta presa.
Entro en casa como sin ganas, estoy como este tiempo asqueroso que ni llueve, ni deja llover, ni deja solear. Dejo las llaves en el jarrón y miro mi reflejo en el espejo de la entrada. No me reconozco. Miro alrededor e intento reanimarme comprobando todo lo que he conseguido: ¡mi casa! Al menos el tiempo que dure este contrato. Tampoco me interesa que el piso sea mío para siempre. Pero después de tanto tiempo queriendo ser independiente, echo de menos escuchar dos músicas a la vez, una madre diciéndote lo tarde que llegas y ropa interior que no me pertenece por los rincones de la habitación.
Qué tontería de día, me digo a mí misma. Sé que es una bobada esto. Pero también sé que no se me va a pasar tan fácilmente. Le escribo un whatsapp a Julia. Mantengo la compostura y le digo solamente que estoy de bajón. Pero me conoce de sobra. Me dice que si pudiera ahora estaría aquí abrazándome y alabando mi gusto por la arquitectura de interiores. Yo ya lo sé eso. Pero no puede. Ni yo puedo ir. Me conformo con saber que tiene el móvil en sus manos y me está hablando, en parte es como si me sostuviera a mí entre sus palmas.
Llamo al kebab y encargo el menú grande con patatas y Coca-Cola. Otra noche que se me hará largo. Echo de menos mi casa. Echo de menos mi playa. Me echo de menos a mí misma cuando vivía sin echar nada de menos. Y si acaso alguna cosa de más.

Te podria escribir algo profundo, incluso filosofico. pero no, no lo voy a hacer. solo te dire una cosa...kebab grande para cenar FATAL! Y tela que me entere x aqui q t has independizado.
ResponderEliminar