Había una vez un pueblo.
Había una vez un pueblo hecho de muchos pueblos. Juntos, algunos saben por qué y otros no, se convirtieron a efectos prácticos en uno solo, y después se conviertieron en parte de un todo. Y ese todo, dentro de otro todo.
Los habitantes del pueblo no se conocían todos entre ellos. Es que eran muchos. Sólo conocían a los que tenían cerca, o a los que salían por la tele.
Buscaron muchas maneras de funcionar, y finalmente dieron con la buena. No recuerdo como se llamaba aquella forma de gobierno, pero recuerdo que el mismo Platón ya había escrito sobre ella cuando ellos la hicieron suya. Pero más o menos, con aquel sistema todo el mundo dentro del pueblo parecía necesario. Como la pieza de un engranaje, o cada una de las partículas de luz de un Arco Iris.
Los habitantes del pueblo escribían en un papel el nombre del que, según ellos, sería el mejor gobernante. De él esperaban lo que una madre puede esperar de su hijo: que sea honrado, que tenga ganas de trabajar, que cuide de los suyos, que desee que se sientan orgullosos de él. Que no olvide su pasado, y que mire al futuro con determinación.
Así que, de todos los que salían en la tele (nadie supo por qué salieron ellos, y no otros. Ni por qué unos salían más que otros. Eso nadie se lo explicó nunca). De todos los que salían, pues, fueron votados unos pocos. Y entre esos pocos, uno salió más. O a lo mejor no salió más, pero tenía más facilidad que otros para dar con el primer puesto. Eso tampoco lo explicaron. Pero finalmente se consolidó como El Gobernante.
El Gobernante tenía una máquina por la que le llegaban las quejas y las felicitaciones, las noticias diarias, las necesidades de la gente de su pueblo, y el día a día de sus compañeros y supuestamente co-habitantes (co, por el sentido de igualdad a pesar de su cargo, al que se había presentado para hacer el bien común a través de la política, [nada más común]).
Pero como El Gobernante a quien conocía bien, como el resto de habitantes de su pueblo, era a los amigos de su alrededor y a los que salían por la tele, y así sin querer queriendo; decidió empezar a gobernar justo para ellos. Se olvidó de que había otra gente, que sin cara ni edad ni sexo, también había escrito su nombre en un papel y lo había depositado en una urna. Empezó a olvidar cómo había llegado hasta allí.
El Gobernante empezó a abusar de un poder que no se le había otorgado, pues el puesto de Gobernante era tan complejo que muchos rechazaron escalar hacia él por el simple hecho de la responsabilidad que conllevaba. Pero el Gobernante empezó a olvidarlo. Dejó a un lado la máquina que le hablaba del mundo real, el de los habitantes de su pueblo, y empezó a crear un mini-país donde sus compañeros de alrededor (y los que salían por la tele, claro) eran el centro de sus preocupaciones y políticas.
Con el tiempo las cosas fueron de mal en peor en aquel pueblo de pueblos y que formaba parte de otros pueblos. El Gobernante se dejó llevar por el poder, por la riqueza y por el presente. La gente de su alrededor, al estar bien gobernada, no le decía que se había olvidado del resto de pueblo. Y así pasaron días y años.
Hasta que un buen día para muchos, alguien tomó el poder de la televisión. Salió a través de ella y se hizo ver por todos sus compatriotas. Era la única manera de que le conocieran. Tomar el mando del medio audiovisual le había costado algunas muertes, pero pensó que valdría la pena. Sus intenciones, aún no sabe nadie cuáles son. Pero aquel día salió por la tele, les dijo a todos lo que venían preguntándose a sí mismos. ¿Estaba El Gobernante haciendo su trabajo bien como ellos hacían el suyo? Y aquella persona que estaba saliendo por televisión les dijo que no. Que su Gobernante estaba siendo un farsante y estaba cometiendo la ilegalidad (y por lo tanto injusticia) de no hacerse cargo de su propio cargo.
Propuso dos cosas; no hacerle caso, salir a la calle y buscar otro Gobernante adecuado fue la primera de ellas. La segunda fue que le hicieran directamente caso a él mismo. Él o Ella (hasta ahora no se sabe el sexo de la persona) les dijo a todos sus compañeros que lo haría mucho mejor. Que había venido a tomar la televisión para hacer un llamamiento a sus compatriotas y re-construir su pueblo de nuevo. Más como ellos quisieran, que para eso eran los habitantes de verdad.
Adivinen qué ocurrió. La televisión fue un medio poderoso para destruir al Gobernante. Pero al elegir la segunda opción, los habitantes del pueblo descubrieron que la tele no tenía opción de feedback. No habría nunca posibilidad de hacerle saber al nuevo Gobernante qué tal lo estaba haciendo. Si el pueblo iba a mejor. O ese tipo de cosas que algunos habitantes decidieron comunicar a su nuevo Gobernante.
Pero no pudieron. Comenzó así la segunda era del nuevo Gobierno. Podríamos escribir en un papel cómo acabaría esta segunda edición y meterla en una urna. Seguro que dentro de ésta, estaría la respuesta adecuada.

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