APARTADOS

domingo, 1 de junio de 2014

Baja a la Tierra... no es tan terrible vivir aquí

He llegado tarde, como me suele ocurrir tres de cada cuatro veces. Al menos esta vez me ha dado tiempo a avisar. El camino en coche ha sido una tortura, no sé por qué teníamos ganas de fastidiarnos. Creo que ha sido aún la resaca de anoche. Ni yo sabía llegar ni él sabía ayudarme. Al final, y sólo cuando hemos unido fuerzas (y he encendido el google maps) hemos conseguido llegar. 

Hoy, sin embargo, quienes tenían la importancia no eran nuestros pequeños desencuentros, su pelo, o mis historias cortas. Hoy las que requerían todas las atenciones eran esas pequeñas bestias que la casualidad y el destino pusieron en mi camino. Como en cada cita baloncestística, sus caras eran poemas. De los bonitos. 

Vickyfoo ha llorado antes incluso de entrar al pabellón porque un pájaro ha decidido que su chaqueta era un buen lugar para depositar su caquita (de ita nada) mañanera. Qué os voy a decir, estaba un poco nerviosa y aún así he reído. 

Estaban deseosas por jugar, por ganar, por hacerlo bien, por que las vieran sus padres, y sobre todo por pasarlo bien. Y como suele pasar muchas veces, las que menos dicen, son las que más sienten. Muchas uñas nos hemos comido antes de empezar, y muchos nervios hasta el punto de 'no quiero salir a jugar'. Yo tampoco quería entrenar. ¿Y si perdíamos? Oh, No. Un fracaso. 

Han ganado el primer partido y casi casi de rositas. Han animado a sus pequeños compañeritos bebés jugando en aquellas canastas enanas y pistas cerradas y después se han puesto solas a calentar para jugar el segundo partido. Que han ganado de nuevo, con el mono de trabajo y la sonrisa en la cara. 

Creo que es difícil estar más orgullosa de ellas de lo que estoy yo. Pero creo también que he cometido muchos errores deportivamente esta temporada, y quizás de otro tipo. Supongo que es bueno darse cuenta. 

Sin embargo las mañanas como las de hoy, lo ves todo macro. Ves que si fuera cualquier otro deporte, sería igual de bonito y placentero. Que las sonrisas de las niñas no se consiguen solo por los balones, ¡ni mucho menos! Que se consiguen a base de trabajo, de buen hacer, de ganas de que todas se sientan importantes, representadas, que todas tengan algo que decir. Son quejicas, he creado un grupo de quejicas. Pero ahora que lo veo claro, me gusta. Las inconformistas son las que más luchan por lo que quieren. 

Sus caras al conseguir las medallas, al tumbarse al sol a almorzar, o al meter una canasta son esa clase de imágenes mentales que alguien como yo lucha por mantener siempre almacenada. Porque sé, que en algún momento de flaqueza lo olvidaré. Y se me nublará la vista y dejaré de saber dónde voy o cuál es mi cometido. No formo (formamos) jugadoras, que también. Formamos niñas que van a ser personas, que van a querer algo en la vida y, si son inteligentes, van a tener que luchar por ello. Esa y no otra es la única batalla que debería importarles. 

Lo demás es superfluo, es interesante, es emocionante. Pero nada más. La vida son los momentos en el banquillo, cuando una llora y la otra la abraza. Cuando se dicen lo bien o mal que han jugado, o preguntan si han ganado cuando el otro equipo apenas ha anotado dos canastas. 

A algunos se les olvida que el baloncesto en sí no es lo que importa. Yo no les voy a dar las pistas para que lleguen hasta mi camino. Pero desde luego, a mi nadie me va a desviar de mi pequeño sendero. 

Y qué mejor manera de celebrarlo que con una hamburguesa que, no sé cómo ha ocurrido, no quería pero la he pedido. Y claro, me la he tenido que comer. Pero eh, al final no estaba tan mal cambiar. O ver su cara de risa, o el sol, o el postre de después. Y el de después.

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