Está haciéndose un mate y tiene la música a todo volumen. Es música relajada, no obstante. Se cree que no hay nadie en la casa. Pero esto es muy grande, pocas veces sabes si estás solo o no, aunque lo sientes más que a menudo.
Aún no he descubierto verdaderamente como se hacen los mates, pero sé que necesitan un cuenquito especial que va con un palo. Parecen de madera, o alguna clase de piel especial. Su pecosa cara se inclina sobre el recipiente y lo huele. Lo deja sobre el mármol de la cocina y coge la barra de pan. Arranca la punta y deja la barra junto al mate.
Empieza a arrancar pellizcos de pan de su trozo y a llevárselos a la boca, muy lentamente. Está mirando hacia este lado de la estancia pero estoy absolutamente seguro de que no ve nada. Se la ve ensimismada, en sus pensamientos más profundos. Quién sabe pensando qué cosas. Quizás pensando en su casa. Está tan lejos. Siempre creo que la gente extranjera viene aquí y luego no hace más que pensar en su casa.
Sigue comiendo uno tras otro todos los cachos de pan hasta que se le acaba el trozo. Tiene todo el vestidillo manchado de migas, y al darse cuenta se las quita del pecho y de la falda. Se mueve un poco con la espalda recta e intenta balancearse hasta que se le caen todas. Que es intensa de mirar esta chica. No solamente es guapa, también tiene un no sé qué que atrae hasta los indominios de la razón.
Desde que está aquí no paro de mirarla. O de espiarla, más bien. Voy a tener que empezar a plantearme lo de dar la cara. No veo justo para ella que yo tenga sus medidas cogidas, me sepa el número exacto de pecas que tiene su mano, conozca sus hábitos mañaneros y sus sueños más profundos, y ella lo único que sepa de mí es que respiro.
Nos oímos a través de las paredes de papel de la casona, pero la verdad es que yo apenas hago ruido. A veces, hasta que no veo por la ranura del techo que su luz está apagada, no apago la mía. Es una tontería, pero me siento mejor así. Cuando lee se hace moños con los lápices y yo la veo desde la terraza, ella nunca cierra del todo sus ventanas. Y si fuma, lo tiene todo abierto. Y deja entrever su habitación repleta de vestidos y camisas y toda una retahíla de pósters que no reconozco.
Desde que llegó, ha dormido aquí todas las noches. Y nunca la he oído llorar salvo una vez, que se notaba que hundía la cara en la almohada. Lo sé porque se oían los llantos muy ahogados, lejanos. Y de vez en cuando absorbía con la nariz y ese sonido ya no era hueco. Casi sin darme cuenta pasé la mano por la pared, para que le llegara mi caricia.
Se ha quedado así tantos minutos como yo mirándola a ella. De repente se ha sobresaltado, como si hubiera notado mi presencia. Ha recogido el mate y otro cacho de pan y se ha ido hacia el salón. He oído sus pisadas y yo me he metido en mi habitación. Algún día le diré algo más que "hola". Mientras tanto.... Me conformo con sus medias sonrisas cuando me ve y ese francés raro que habla con acento de aún no sé qué país.
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