Es lo que venía preguntándose Hache mientras caminaba cabizbajo por las calles empedradas de su pequeña y bonita ciudad. Iba hacia su casa pero sin prisa, haciendo la vuelta más larga y aprovechando así para pasar por delante del portal de la casa de Uve. Hache venía pensando que alargar el camino desde la plaza hasta su casa era una bobada, pues hacía eso prácticamente cada día y nunca se encontraba a Uve. Y sabía bien que vivía ahí. Los horarios no los sabía, pero iba cambiando las franjas para que esa variable no pudiera ser la culpable de que nunca volviera a ver las manos de su preciosa morena.
La otra opción era llamarla. O escribirle un privado en Face, o un e-mail, tan personal y a la vez TAN cobarde. Sabía que sería de absoluto cobarde enviarle un e-mail, pero también sabía que era una posibilidad que barajaba en su manojo de cartas bastante limitado (por él mismo), así que tenía un borrador preparado por si alguna noche, en un momento desesperado, aquella idea del correo surgiera como la mejor de las posibilidades y apuestas que Hache hubiera hecho nunca.
Él seguía pensando mientras, ahora sí, levantaba la mirada puesto que se acercaba la manzana donde vivía Uve. A veces caminaba por su acera, otras por la de en frente. A veces iba en bici, más de una casi se la pega contra la frutera del puesto que hace esquina, por no estar atento a lo que toca. Ahora, después de aquel último susto, ella se lo piensa dos veces antes de colocar los melones y la fruta de temporada en la calle.
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| Michael Park |
Nunca fueron novios. Casi que ni amigos. Apenas unos encuentros furtivos que comenzaron un día mientras ambos leían en aquel extraño bar de sofás y libros antiguos. Quizás era lo único que tenían en común, el carnet de aquel club de lectura extraño y tapadera para fumadores de marihuana y solitarios inteligentemente cuerdos.
Por culpa de Rayuela, se conocieron. Mucho había que decir sobre Cortázar. Uve estaba tan enamorada del libro y tan cegada por la historia, que se había dejado un montón de flecos que Hache le explicaría más tarde. Como la Maga y Horacio, Hache se pensaba que ambos iban a ser la loca y el existencialista más bellos del mundo, y que "se habían encontrado porque andaban sin buscarse".
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| Mateusz Kolek |
Así fue como dejó el club de lectura, dejó a Cortázar, y por supuesto dejó a Hache sin ni siquiera una sola frase convincente.
Y poco convincente estaba Hache, en su segunda y última vuelta a la manzana, el portal de Uve-Maga seguía cerrado como casi siempre. Por unos segundos de desesperación, Haché se detuvo delante del portón, esperando a que ella apareciera y esperando a la vez que no lo hiciera, porque no sabría que hacer ni decir.
Y esta historia aún tiene muchos cabos sueltos.


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