APARTADOS

jueves, 22 de mayo de 2014

-your-&-my-home



Estábamos leyendo, ella en el sofá repantigada como si se hubiera caído del techo, como a ella le gusta estar. Los brazos caídos y una mano hasta le tocaba el suelo. El libro no sé aún cómo lo mantenía para que se quedara recto. Y ella, boca abajo con la boca abierta leía sobre no sé qué aventuras que la tenían extrañamente abobada. Nunca se lo he preguntado, pero siempre he puesto en duda su capacidad para saber lo que es estar cómodo. Cuando lee le da igual hasta eso.

Yo la veía desde el sillón, eso sí es confort. Reclinable, con grandes reposa-brazos y orejeras enormes, es el sillón del rey. Y leía a otro rey, Paul Auster. O es él, o es Boris Vian. De ahí no me sacan. Sé que me estoy perdiendo mucho, ella me lo dice siempre que empieza nuestro momento-lectura, pero oye, que no me canso de estos dos grandes hombres. 

La luz entraba por el ventanal de la terraza, las olas nos susurraban que el mar estaba en calma. Como nosotros, sí. Acabé El Palacio de la Luna y ella seguía  abobada en el sofá. Dejé el libro y me dediqué unos segundos a mirarla: sus largas piernas ya medio morenas, los pies con las uñas pintadas, y el pelo recogido en un moño hecho con mucha traza. Llevaba unos shorts vaqueros y una camisa que no dejaba lugar a la imaginación. Maldita, siempre incitándome a correr tras ella. 

Como no quería molestarla alcancé un lápiz de la mesa con los dedos del pie. Me costó mucho tiempo, pero más me costaba recostarme y alargar el brazo. Cuando estamos en ese modo-lectura, somos muy perrunos. Ahora lo veo con claridad. 

Cogí el lápiz (ahora sí con la mano) y comencé a dibujar sobre la última página. Todos los libros contienen una o dos páginas completamente en blanco y yo siempre decido hacer algo con ellas. Comencé a dibujar, y dibujé una casa. Hacía años que no dibujaba. Bueno, exceptuando el día aquel que en la entrevista de trabajo me pidieron hacer una casa y no se qué otros dibujos mamarrachos más.

Pero no. Este dibujo iba en serio. Dibujaría la casa de mi futuro.  Tenía un modelo ya visto en Benicássim, de una casa que me encanta. Cambié varias cosas pero dejé el diseño. Le puse una piscina en la terraza superior, una especie de zona-relax en la primera terraza (más grande aún que la segunda) con ceniceros y macetas. Yo ya me entiendo.

Casi sin despegar la punta de lápiz dibujé las montañas en el fondo y la playa a los pies de MI casa. Arena, la orilla, y unas cuantas hamacas. También un pequeño bote. Sería mío. Nuestro. Para navegar en primavera y echar las siestas en medio del Mediterráneo. Vaya, ya sabía en qué zona iba a vivir. 

Dibujé juguetes de niño para la arena. De modo que tendría(mos) hijos. Dibujé una pista de pádel. En el fondo sé que es un poco pijo, pero era la casa de mis sueños y no sabía cuando podría volver a verla. Así que dejé a un lado los prejuicios. Dibujé una portería también. Y ¡las bicis! Hice una bici que me quedó perfecta. Apoyada en el muro de la casa. Dudé, pero al final hice otra. Del mismo tamaño. Levanté la vista del papel hacia ella y me sentí un poco bobo. Me sonrojé. 

Después hice una pelota, y dos niños jugando. Y al final volví a las bicis y dibujé dos pequeñitas. Con flecos en el manillar. Y luego corriendo y sin pensarlo dibujé otra más. Muy chiquitita. 

Mi casa tenía habitantes. Me estaba empezando a dar miedo a mí mismo.  En el ventanal central dibujé la habitación que se vería a través de éste. Una cama enoooorme, como para cinco apretados o dos reyes. Y poco más.

Hice un sol un poco infantil, y luego me di cuenta que mi casa no tenía puerta. Le hice una rápidamente. Me quedé mirando el dibujo en la página de El Palacio de la Luna. Por un momento, sé que sonreí. Luego me entró una sensación de vergüenza, me sentía embarazoso. Arranqué el papel, y lo hice una bola.

El ruido la arrancó de su lectura y se me quedó mirando sin ninguna cara en especial. Aún con la bola en la mano, armé el brazo y sin pensarlo se la lancé a la cara. Conseguí que la que se lanzara fuera ella hacia mí. La bola seguía en el suelo. Con ella encima de mí en el sillón y sin que se diera cuenta, le pegué una patadita a la bola y le eché bajo el sofá.


Mañana la recogería.

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