APARTADOS

martes, 7 de octubre de 2014

Yo también confieso que estoy viviendo

Esto es como una especie de explosión cósmica. Alrededor no pasa nada. Pero dentro de mí hay volcanes, arco-iris, lluvia de estrellas, y purpurina. Hay fuegos inmensos. Hay todo. Aunque en realidad no haya nada. Porque todo está sumido en un caos perfectamente ordenado. Que parece natural.

Leo a Neruda en "Confieso que he vivido" y me parece tan sabio y tan humano. Sufrió un poco el delirio de grandeza de ser un poeta de culto, pero qué sé yo. Quien no lo haría.

El sol ya pega a las horas fuertes pero después no eres nadie sin chaqueta y el cuello tapado. Es como si te diera una flor  esta ciudad, pero después te dijera, ahora págamela.

Sigo ahí con los lugares que "tengo que visitar". Hoy tocan otros tantos. Anoche cené con Martín y Sebas y un amigo de ellos. En un piso decadente. En una situación corrosiva. Para el cerebro. Porque dio mucho que pensar.

Después de un año, desde la última vez que ambos habían compartido la casa conmigo, todos hemos cambiado. Yo creo, y solo creo, que me hago mayor. Que ya soy mayor. Y es ese espacio de madurez espacio temporal el que echo de menos en ellos. Aunque en realidad quizás simplemente no supe apreciarlo.

Me preguntaban que a qué venía. ¿De carrete todos los días? Para empezar menuda imagen de mí. Y para acabar, obviamente no pago lo que he pagado para estar de fiesta. Para eso tengo Ettro (ríanse quienes lo entiendan).

Les vi y estuve un rato con ellos. Luego tuve que irme porque a parte de que la ciudad sigue dándome respeto por la noche y sola, ya no había nada más que rascar. Las relaciones con algunas personas se basan en la magia que las  convierte en especiales (y más: en esenciales) por compartir justo ese momento en el que se han cruzado los caminos. Pero después, como las líneas secantes,siguen su camino infinito y ya no se vuelven a cruzar. En las matemáticas nunca más. En el mundo real he aprendido a no categorizar con nunca o siempre. Sino no estaría aquí.

Hablando de magia. Anoche venía a casa en el taxi y había olvidado el número de esta casa y la calle con la que cruza mi calle. Así que le di al taxista solo el dato de la parada de metro. Ya que no podía darle más, aunque no me apeteciera andar a esas horas. Así que mientras yo intentaba recordar lo que se me había borrado ya casi llegando a mi zona, en un semáforo, se para una furgoneta al lado de mi taxi y baja la ventanilla. El hombre le pregunta a mi taxista por la calle Eliodoro Yañez. Justo, justísimo la calle que yo no recordaba y llevaba todo el camino intentando recordar.
 
¿ Cuántas probabilidades había de que pasara algo así aquí en medio de la calle en un semáforo en rojo y con la calle que cruza con la mía? Pues desde luego alguna había. Porque ocurrió. Era una especie de señal de que cuanto antes llegara a casa, al calor de Verónica, mucho mejor.

Estos días he pasado mucho tiempo con David. El otro día cenamos en un lugar baratísimo en el que la cocinera era una especie de abuela (mi abuela paterna). Las patatas fritas caseras sabían igual. Y nos dijo que pidiéramos lo pequeño mejor. Porque las raciones eran grandes. Y que teníamos que comer. Pero que si teníamos mas hambre siempre podíamos pedir más.

Casi se sienta en la mesa con nosotros a conversar. Lástima que no lo hiciera. David también me llevó con la bici al estadio Nacional. Ahí vi un muro de escalada para jóvenes (y pobres?). Algo que hay que conocer una vez en la vida como mínimo. Porque sí. Por razones lógicas e ilógicas. Y porque siempre está bien compartir el amor que un amigo tiene por otro deporte que desconoces.

Estoy contando todo sin unirlo. No hay nexos. Pero es que esto es así. Pequeños trocitos de vida. De una vida que sigue ahí siempre, pero que se divide en cachitos inseparables pero indisolubles entre ellos.
Quiero seguir viendo. Quiero no volver. Pero sí. Quiero y no quiero. Todas las situaciones enfrentadas que ya tuve una vez vuelven a mí. Pero ahora soy más consciente. No más sabia.

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