APARTADOS

viernes, 27 de febrero de 2015

Memories

Hoy he puesto la lista de canciones de Chile. Nunca lo hago, por respeto a los recuerdos. Pero hoy me he sentido fuerte, pese a la flaqueza que mi pierna y mis ganas sufren cada vez más a menudo. 

Y escuchando una canción que sólo poníamos de fiesta, me he acordado algunos pasajes en la cabina de un camión  con Vanessa y Marta, mientras bajábamos de Bolivia hacia Santiago. 

En una gasolinera de quién sabe donde, nos recogió una de las mejores personas que jamás he conocido. Y, juntos, viajamos dos días enteros sin parar desde el Norte hasta el Centro, sería injusto decir que Santiago está en el Sur de Chile. 

La cabina tenía una litera y un sillón enorme junto al del conductor. Las tres nos acomodamos sin ningún problema. Mientras dos dormían, la otra hacía compañía al conductor. Y así sin parar. En alguna ocasión se montaba un compañero para que nuestro querido conductor pudiera descansar. 

Nos llevó a través del desierto, las largas horas nocturnas en carreteras serpenteantes e incluso llegó a desviarse en algún momento para que gozáramos de mejores paisajes. 

Hubo una emotiva noche, la anterior a que llegáramos a Santiago. Nos habíamos duchado en una gasolinera, estábamos de buen humor pues íbamos a llegar a casa antes de que Marina se fuera, así que íbamos a poder despedirnos de ella. 

Al caer la tarde, nos turnamos para empezar a dormir y cuidar de nuestro conductor. Sorprendentemente yo no tenía sueño y estuve desde la cena hasta la madrugada acompañando a nuestro querido chileno. En una de las horas difíciles de mantenerse a flote, yo veía que el conductor hacia lo imposible pero los ojos se le caían a los pies. Comencé a darle conversación y a subir la música. Me sentía mal pero necesaria a la vez. 

Al final conseguí que me siquiera la conversación y ambos perdimos la noción del tiempo y del sueño. En un trecho encontramos tráfico, ya que había un tramo en obras y sólo un carril. Así que paramos a cenar. Dejamos a  Vanessa y Marta en la cabina y bajamos a comer unos huevos revueltos, un café eterno y un pansito. Era un bar con mucha luz, numerosos camioneros sentados solos en sus mesas sucias y una camarera que servía mucho café a todo el mundo y sonreía amargamente esperando a que amaneciera y acabara su jornada. No se sorprendían demasiado al verme. Aunque sí al ver que nuestro conductor y yo teníamos una gran conversación sobre el vivir y parecía que éramos los mejores amigos. Y lo fuimos. Ambos nos habíamos salvado la vida. Ese tipo de situaciones nunca más vuelven a pasar. 

Al día siguiente, volvíamos contentas y haciendo cuentas de lo que nos iba a costar llegar y a qué hora podríamos pisar nuestra casa por última vez. Todos estábamos alegres, la noche había acabado y el sol había apagado muchos fantasmas. Nuestro conductor estaba charrador y contento. Nos narraba historias de gente que vivía en los desiertos de Chile y de las fieras que vivían en aquellos parajes. 

Al final ya casi del trayecto, volvió a subir al camión un compañero de nuestro amigo y condujo unas horas mientras éste dormía. Se había portado demasiado bien con nosotros. Así que cuando despertó, ya teníamos planeada una fiesta en la cabina, y pusimos el maravilloso disco de Chico Trujillo y todos empezamos a cantar y bailar. Estuvimos así largo tiempo.

Cuando quedaba media hora para llegar a casa y volvíamos tranquilos, como sonriendo en silencio, le llamaron y dijeron que su primo había fallecido en una operación en el hospital. Se acabó la fiesta. 

Nos dejó en casa y nos despedimos de él, pero no volvimos a verle sonreír. Lo intentó cuando le dimos abrazos y besos de despedida, pero no podía. Su mirada estaba infinitamente triste.

Qué habrá sido de aquel maravilloso hombre... 


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