Estaba esperando a que llegaras. Ya me parecía que tardabas. Llegas ya reclamando, echándome otro pulso. Ya sabes que no soy fuerte. Por tu culpa y mis desganas hemos visto que apenas sé sufrir. No lo llevo bien. No soy La Maga. Mis locuras no son genialidades.
Siempre que vienes te metes dentro de mí. Ya no sé cuando lo hago yo o cuando tú, pero te siento adentro cada minuto que pasa. Primero poco. Te soporto. Pero el principio siempre es el preludio de algo que ya sé como acaba. Y me aterra.
Sé que te irás, como todos. En algún momento lo harás y no volveré a saber de ti. Pero yo, como el perro al que se le maltrata pero sigue siendo fiel, no sé qué haré sin tí.
No tendré excusa para apenarme, o para dejar de buscar el sentido a esto. Te habrás ido y yo seguiré preguntándome por qué apareciste. Por qué a mi. Y por qué tanto tiempo.
Cuando vuelva a caminar ya casi no me acordaré de lo que me hiciste pasar. Así que intento pensar en una señal que me ayude a no olvidarme nunca de ti.
Sé que muchos no son conscientes de lo que esto supone. Ni lo imaginan. Pero tú y yo lo sabemos bien, ¿eh? He intentado quitarte importancia de muchas maneras. Pero siempre haces lo necesario para que en la mesa se vuelva a hablar de ti. Tú me has hecho tuya. Y yo me he hecho más débil. No quiero aguantarte más. Quiero que te marches. Ya. Y para siempre.

No hay comentarios:
Publicar un comentario