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sábado, 28 de marzo de 2015

veinti-sí

Cuando es el cumpleaños de alguien, siempre me pregunto: ¿se estará sintiendo así ahora mismo? Creo que todo esto he de remontarlo a cuando era pequeña y mis padres hacían grandes fiestas (a veces no físicas) por esos bonitos días en los que un miembro de la familia estaba de aniversario. 

Y sí, lo cierto es que me debió calar, porque ahora siempre le doy importancia al hecho de cumplir años, y de celebrarlo. De ser la reina de la fiesta. De estrenar vestido. De mostrar la mejor de mis sonrisas empapada de pintalabios rojo barato. De llevar una corona y hacer como que me gustan los regalos aunque sean la-típica-cosa-para-salir-del-paso. 

Y cuando es mi día, me siento diferente. Como especial. Y esa es la sensación que imagino que tienen los demás cuando les toca a ellos soplar velas. Además, siempre pido deseos.  Y, aunque no creo en nada,  no puedo evitar tener fe en que los deseos que se soplan el día de tu cumpleaños tienen un porcentaje muchísimo más alto que los demás deseos de cumplirse. Parecido a lo que ocurre con las estrellas fugaces. Esos son los dos tipos de deseos que tienen más probabilidades de cumplirse. 

Alguien me ha recomendado que vuelva a visitar más a menudo a la niña esa que una vez fui, con el pelo a lo casco, ese horrible peinado que llevábamos millones de niñas en los noventa. Y que la mire a los ojos, que no eran nada tristes. Que la escuche y le devuelva la sonrisa. 

Creo que debería hacerlo. ¿Qué me diría? Seguro me avisaría de todas esos temores que se iban a convertir en pesadillas. Pero a la vez, me abrazaría con un brazo y me diría que, al final, para eso estamos aquí. Y que todo se pasa mejor con gente a la que quieres  a tu lado. 

Yo era ese tipo de niñas que invitaba a las nuevas al grupo. Aunque nunca era la líder. Pero era como la que necesitaba que todos estuvieran felices. Y le perturbaban los cumplidos. Pero hubo una edad, en la que algo ocurrió. Fue esa en la que mi mirada se volvió triste. Y mis escritos. Esa en la que mantuve un debate acalorado con la gente de clase sobre si el ser humano era malo por naturaleza, o lo aprendía. Quiero pensar que en aquel momento no tenía razón.

Sin embargo, a todos los que nos cuesta verlas, nos llegan las señales de las cosas buenas mucho más intensas. En forma de gente que te querría por encima de todos los errores y desencuentros. O de personas que se alejan, y después vuelven con más ganas. O en forma de amigas que te decían cuando un vestido no te quedaba bien,y cuando no tenías ningún derecho a quejarte sobre tu adecuada talla 38. 

Y en el fondo siempre he estado orgullosa de lo que veía cuando miraba hacia atrás. Tanto, que nunca pensaba que el futuro podría ser mejor. Lo veía demasiado borroso. Como si no tuviera la claridad suficiente para gozar de todas las puertas que ofrece la libertad a los niños que han crecido felices y agradecidos.

Me sigue ocurriendo.


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