La verdad, mi tan-querido-como-odiado-pero-al-fin-y-al-cabo-amigo, es que en algunas ocasiones tienes razón. Pero sólo cuando no sabes que la tienes.
Sufro un bloqueo mental que no es más que un desgarre de libertad demasiado revelador. Demasiado exigente. ¿Quién soy yo? ¿Qué hago cuando no soy quien yo creía ser? ¿Qué mujer soy yo? ¿Qué cosas pienso cuando no soy la que creía ser? (¿Acaso tú que ríes tanto lo sabes? Por supuesto que no)
Mi cabeza está en una parte y mi cuerpo en otro. Siento el deseo sexual dormido. En alguna parte de mi mente o mi vientre anhelo el poder de sentirme deseada por encima de todas las cosas durante unos minutos eternos. De ser el centro del universo de un hombre desnudo y ferozmente preparado. Para hacerme volar. Salir de mí. Entrar en un lapsus del tiempo y espacio que no está en esta realidad.
Pero no encuentro la manera de unir el deseo de ser poseída y reducida a una única y monstruosa parte de mi cuerpo, con el deseo de poder más puro. Hay una manera de hacerlo, estoy segura. Antes lo hacía. Ahora ya no.
Basta de servidumbres. Basta de cuerpo-deseo-de-placer. Fuente de placeres lascivos.
Que empiece el show.
Voy a hacer que te sientas tan dominado que tengas que arrodillarte. Y sólo así conseguiré lo que quiero. Lo que más quiero: mis 10 segundos de frenesí.
A costa de tu redención.
En el fondo te necesito. Dentro de mi consagrada libertad sólo se me ocurre decir que te necesito.
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